miércoles, 23 de abril de 2014

Frankenstein y la soledad

Decía el recientemente fallecido Gabriel García Márquez que solo había escrito en la vida sobre la soledad. No solo Cien años de soledad, también otras de sus obras como El general en su laberito, Relato de un náufrago o El coronel no tiene quien le escriba tratan sobre ese infierno mundano que es el sentirse excluido.

La soledad es el demonio que exorcizamos cuando buscamos amor, cuando nos cuestionamos sobre Dios. La soledad es el fantasma que se nos aparece cuando se nos muere alguien al que queríamos. El amor, Dios y la muerte son tres temas que orbitan alrededor de la soledad en el último clásico que me he leído, Frankenstein, de Mary Shelley.

No puedo decir que haya disfrutado como lo hice con Dracula o The picture of Dorian Gray. Este es un libro lento y sus numerosas descripciones ralentizan aún más la trama. Pero el texto sorprende con los relatos y las opiniones de un ser rechazado por todos, que no conoce a nadie similar a él y repudiado por su creador. Un ser tan malditamente solitario que prefiere estar cerca de su creador, aunque sabe que lo busca para matarlo. El mismo monstruo invita a Victor a que siga haciéndolo:
«Follow me; I seek the everlasting ices of the north, where you will feel the misery of cold and frost»

La muerte y la venganza se convierten en los principales objetivos tanto del doctor como del monstruo. Ambos pasan años alimentando su relación: persiguiéndose, destrozándose, odiándose.

No tenemos que irnos al siglo XVIII ni reconstruir cadáveres para ver este tipo de relaciones enfermizas. Todos conocemos ejemplos de parejas, de hijos y padres, incluso de amigos, que escogen las burlas más amarga y las afilan durante horas, que encuentran insultos tan dolorosos que ni parecen insultos y los sueltan como si fuesen un comentario más. El rencor se convierte en su deporte favirto,  donde cada jugador lucha por ganar efimerísimas victorias. Este juego impone una rutina miserable y solitaria, pero no completamente solitaria ya que es un juego de dos (o más): uno sabe que, ahí fuera, hay otra criatura pensando en ti, aunque sea para hacerte daño.

Porque por oscura que sea una existencia de rencor, siempre nos es más llevadera que una vida de soledad integral. Ahora bien, las personas que eligen este camino no deberían sorprenderse si al final repiten la lamentación del monstruo:
«For while I destroyed his hopes, I did not satisfy my own desires»

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