Un guión para Artkino es una cáustica crítica a la Argentina Soviética de los últimos años. Su autor es el argentino Fogwill, Rodolfo Enrique Fogwill, aunque él se empeñe en borrar su nombre y en presentarse como un Azorín o una estrella del rock: simplemente Fogwill. La portada de la novela, hecha de cartón color amarillo enfermo, nos muestra un mapa del mundo en el que aparecen pintados de gris tanto los países comunistas europeos como Argentina, parte del bloque soviético.
Fogwill no es sólo el autor de la novela. El protagonista y narrador también se llama así: un hombre casado, escritor casi conocido, que recibe una abultada suma de dinero del estudio de cine más importante del mundo, Artkino, con sede moscovita, para que realice un guión cinematográfico. De ahí el título. Este hecho es el calambrazo que enciende la acción. Ya tenemos tres caretas “Fogwill”: autor, narrador, protagonista. Un baile de máscaras en el que no sabemos si detrás hay diferentes personas o si es una sola que está multiplicada por espejos narrativos. El lector, consciente de que es una novela, es decir, ficción, queda desasido de una voz narrativa en la que confiar. Usa un estilo sencillo en el que la utilización de palabras, de formas de cortesía se carga de significado: "camarada", "señor", "jefe" y el crudo "Fogwill" son motivo de reflexión y de comentario durante toda la novela. En otras novelas del autor rioplatense también se observa cómo la manera de hablar, la manera de pronunciar ciertas palabras o el sonido de ciertas letras se cargan de protagonismo. En esta lo importante es lo que se cuenta, que se podría dividir en tres temas: describir la personalidad del protagonista y narrador, contar cómo ese guión va siendo planificado y redactado y, por último, describir el Buenos Aires soviético de hoy.
Lo bueno de las narraciones con narrador protagonista en primera persona es que este no deja ni un segundo de estar frente al lector, ya sea como voz, como personaje o como ambas cosas. De esta manera llegamos a conocer bastante bien esa presencia obsesiva: su opinión sobre su propia obra literaria y sus ediciones; su matrimonio con una mujer “realpolitiker del arte: pragmática, simplona, [que] ama pisar tierra segura” a la que desprecia dentro de una clásica convivencia matrimonial; la nula relación con sus hijos, con sus compañeros de Partido, con sus secretarias que le pasan a limpio sus textos, con sus vecinos; sus influencias dentro de la Sociedad de Escritores, las personas a las que esa influencia ha castigado o bendecido, etcétera. Todo es servido al lector con la supervisión y manipulación del narrador. Lo vemos por ejemplo cuando habla del movimiento campesino "que núclea medio millón de pequeños propietarios, retrógrados irrecuperables ellos también". Datos objetivos, manipulación subjetiva. De esta manera se va creando la imagen de un escritor cincuentón engreído que disfruta de su posición intermedia dentro de la sociedad: sabe que de sus extremidades cuelgan hilos que el Partido controla, pero también sabe que él dirige los hilos de otras marionetas. Pertenece a la clase alta de la nueva sociedad socialista, que mantiene sus rituales sociales clásicos y su moral burguesa. Pero más adelante hablaremos en detalle del Buenos Aires proletario.
¿Cómo es el guión cinematográfico que diseña? El Fogwill personaje usa como base uno de sus propios cuentos de ciencia ficción. Nosotros podemos leer ese cuento incrustado dentro del guión, que está a su vez incrustado dentro de la novela. De esta manera la obra reseñada se enlaza en la tradición de novela dentro de la novela, de literatura que cuenta cómo se escribe literatura. Los espejos no sólo reflejan personas, también mundos y niveles narrativos. Ese guión trata de
un hipotético 2018, un futuro donde no sólo Argentina está liberada por la revolución proletaria, como ocurre hoy en día, sino que todos “los focos de resistencia capitalista enquistados en el Atlántico Norte” han sido socializados. En ese hipotético mundo el ruso está en proceso de ser la única lengua permitida y las naciones se preparan para su extinción con el objetivo de formar todas unidas “el Nuevo Orden Mundial”, capital Moscú. El Fogwill protagonista se inventa un personaje colaborador de ese Gran Camino dentro de ese texto cinematográfico: “el sociólogo Gil Wolf, joven brillante [y] ex inglés”, es decir, otra vez la máscara “Fogwill” reflejada en un espejo que lo deforma. Por cierto el autor de la novela reseñada también es sociólogo.
Desde el bloque capitalista, en 1948,
escribió George Orwell 1984, una predicción de la distopía nacional y mundial que podría surgir un par de décadas después. El Fogwill protagonista hace lo mismo con su guión, pero desde un país comunista y en la actualidad. En realidad ese texto cinematográfico es bastante más simplista que la novela del autor británico: en esta última el mundo estaba dividido en cuatro bloques, el del guión de Fogwill en uno; en
1984 la voz del narrador es crítica con esa pesadilla burocrática y se encarga de señalar los pecados del sistema con oxímoron como “el Ministerio del Amor era terrorífico”; en cambio, el Fogwill protagonista y narrador está plácidamente satisfecho dentro del Estado Socialista. Veámoslo en sus propias palabras, hablando de su mujer: "No aceptó ingresar en el Partido y sin embargo los camaradas de la zona tienen un muy buen concepto de ella", con lo que da por sentado que lo de su mujer es una excepción, que todo aquel que no es miembro del Partido debe ser señalado con el dedo.
Hacer un reescritura de otro texto no es algo ajeno en la trayectoria del Fogwill autor. En 2007 se publicó la novela corta
Help a él, en la que un protagonista cuenta en primera persona cómo el mundo cambia después de la muerte de su amada: Vera Ortiz Beti. Otra máscara deforme del personaje Beatriz Viterbo de
El Aleph de Borges. Una versión muy libre
que se ambienta en una pintoresca e hipotética Argentina capitalista donde la revolución socialista no triunfó y que se encuentra en guerra con un Reino Unido también capitalista por la posesión de las Malvinas. Todo esto amenizado con escenas de escatológico sexo violento que daban color y olor a la novela, de las que ha prescindido en
Un guión para Artkino. Se agradece.
Pero volvamos al último gran tema de la novela: la descripción del Buenos Aires soviético al que ya hemos hecho alusión. La vida transcurre entre el Partido, el Sindicato y su casa, enlatado en un lujoso y socialista coche que pasea por las amplias avenidas, los grandes edificios estilo pastel de bodas y los restaurantes de elite bolchevique. Ese es su hábitat y el protagonista parece defender lo asfixiante de un Estado policial en el que el Sistema decide el futuro de los adolescentes en función de los resultados de unos tests, en el que teñirse el pelo puede ser considerado una actitud antirrevolucionaria, en el que las opiniones estéticas diferentes a las del Partido son castigadas con la expulsión de la Universidad y donde los vecinos y los amigos se traicionan en su excursión al poder. El Gran Hermano con hoz y martillo.
“Todos los argentinos son iguales, pero algunos son más iguales que otros” vendría a expresar la novela, retomando otro texto de Orwell,
Rebelión en la Granja. De esto va realmente el texto que tratamos: de alguien que se mueve y se deja llevar en una sociedad supuestamente igualitaria, cuya igualdad ha sido estructurada en rígidas capas burocráticas, piramidales sindicatos, grupos y asociaciones monolíticas a las que se accede por contrabando de recomendaciones y favores. De una sociedad en la que se tiene que demostrar constantemente la pureza de ideología y en la que cualquier amante, amigo o vecino puede redactar un informe desfavorable que le ampute a alguien un poco de igualdad.
Seguir leyendo este post...
Volver a la versión resumida del post