viernes, 21 de agosto de 2009

De Berlín a Madrid, al contrario...

Ya estamos de vuelta, en el blog, en Madrid. Aun no he vuelto a mi antiguo ordenador, el pobre... Ahora estoy disfrutando de un producto derivado de las vacaciones. Veamos cuando me integre en la Vida Real, con sus trenes, sus papeleos y su rutina.

¿Mi último día en Berlín? Me desperté a las 4 de la mañana para estar a las seis en el aeropuerto. Tengo que agradecer a Easyjet su estricta política de maletas: me permitió no pensar en mi tristeza durante mis últimas horas en la antigua capital de la DDR. Pero no, las maletas estaban bien.

Estaba dispuesto a dormir todo el viaje, cogí un asiento con ventanilla y me puse a mirar el cartel de BERLIN SCHÖNEFELD, como si fuese la lapida de la ciudad, o la lapida de mi estancia allí.

Lo raro fue cuando el avión comenzó a moverse. Arrancó marcha atrás, supuse que para salir de donde estaba, como quien saca el coche de un aparcamiento. Pero fue avanzado por la pista así, marcha atrás, cada vez más rápido. Todas las cosas pasaban por la ventanilla hacia atrás, mientras nosotros íbamos de espaldas. Amanecía.

Al llegar a la pista de despegue el avión no despegó, sino que desaterrizó por así decirlo. Es decir, fue cogiendo velocidad hasta que por fin pudo levantar el culo del avión, las ruedas traseras, un hombre a mi lado vomitó, por fin las alas se levantaron y por último la cabina del piloto. El avión estaba en el aire, pero mal, al revés.

Los bosques, los lagos, las carreteras comenzaron a descender. Allá, bajo un licor de nube anaranjado, mi ciudad. La Fernsehenturm como centro, la espina dorsal de Unterdenlinden, el Reichstag, el bosque ciudadano de Tiergarten. Me preguntaba si alguien en Berlín vería a ese avión dado la vuelta, con la parte de atrás hacia arriba, la cabina hacia abajo y cogiendo altura, volando como no debería hacerlo. Si alguien se preguntaría por qué aquello estaba así. Unas nubes pequeñitas, como crías de nubes, me iban quitando la vista. Los edificios se hacían más irreconocibles. Ya sólo podía ver la Fernsehnturm, como una copa alzada diciéndome PROST. Hasta que las independientes nubes dieron paso a un banco de nubes denso. Y mi Berlín se terminó.

Tenía dos horas y media de vuelo. En ese tiempo decorrería la distancia Erasmus. De Berlín a Madrid. De vivir solo a vivir con papi y mami. De vivir en el centro a la lejana periferia. De la Humboldt a la UAM. De la bici 10 minutos al tren 1 hora y media. De trabajos de investigación a exámenes cada semestre. Casi veía esas cosas sobre las nubes, siendo demasiado pesadas, cayéndose al suelo. Al suelo aún alemán. Y no podía hacer nada, dentro de mi avión que iba al contrario.

Me dormí un rato, con música puesta, Indie alemán, Tomte, qué si no para ese momento. Y me desperté de un bote cuando escuché que alguien se aclaraba la voz ("ejem", o algo así) en mi oreja. En el mismo salto que di, me quité los cascos. Los tíos de mi lado (el que había vomitado y su amigo) me miraron. Me comencé a reír. ¿Cuánto tiempo había pasado? Miré por la ventanilla suelo: era demasiado verde como para ser España. Había pasado una hora: estábamos sobre Francia. El avión todavía iba al contrario, estaba claro, ya no se podía cambiar de sentido.

Poco a poco lo verde y los ríos se fueron quemando hasta quedarse en un collage agrario anaranjado y marrón. Mesetas, árboles solitarios en manchas secas que nadie puede limpiar, desiertos potenciales, triángulos y poliedros en barbecho, algunos círculos incomprensibles, pantanos fascistas. La capital estaba cerca. Los pueblos se fueron arremolinando hasta hacer ciudades, ciudades que se mascan y tragan las unas a las otras y al final surge Madrid.

El avión fue descendiendo para soltar altura y hacer lo contrario que despegar: pegar. La pista ya estaba en nuestros pies, la cola estaba casi tocando el suelo, las ruedas pegaron suelo, ya sólo los pilotos y las primeras filas estaban en aire, el tío de mi lado volvió a vomitar. Leí Madrid Barajas, sobre el vetusto edificio. El avión acabó de tomar tierra mientras frenaba. Veía como el cielo quedaba atrás, casi podía ver una línea en el cielo, una línea que acabábamos de recorrer, una línea que atraviese Francia por el cielo y que comienza en el aeropuerto de Berlín. Y el avión iba al contrario, y todo eso quedaba atrás pero lo veía por la ventanilla. El aparato empezó a temblar y unos segundos después todo había terminado. Ya estába aquí.

3 comentarios:

Ruta dijo...

Casi lloro!!

Anónimo dijo...

Se me han saltado las lágrimas con el brindis de la Fernsehnturm.

Lorena dijo...

Imagínate algo similar, pero cruzando el Atlántico. Sólo que mi brindis con el Obelisco de la 9 de julio fue en castellano.

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